Llantos de soledad

Fue llegar y empaparme de sol. El ambiente en el pueblo fenomenal, como una gran comunidad que te absorbe y no te deja ni estar de malas, ni dejar de divertirte. Los primeros tragos de cerveza surgieron a ritmo de timbal, bailes, teatros, artesanía, amigos... Pasaba el día y el buen tiempo acompañaba, ratitos de ron, de siesta y de comida barata. Mi gorro festivalero causando sensación, revolcadas por el suelo, japoneses en percusión, tipos extraños con acordeones, y otra cerveza por favor. Mi vaso, naranja (no podía ser de otra forma), me transporta a la cúspide de la felicidad cuando suena el teléfono y tengo al otro lado a llamémosla la Srta Hide, y me engorda a base de azúcar glass. Otro ratito, un mensajito, de mi hermano gemelo, desde Madrid, otra sonrisa dibujada. Mientras tanto, la gente entregada, de borrachera, de lujuria (no se folla con la tienda abierta por muy jipi que seas), de alegría. Y así se fue el festival, poblado de recuerdos imborrables, 24 horas frenéticas y después sueño eterno para volver a la pequeña rutina que no hace más que inflarme los pulmones para el resto de verano que se avecina. En serio, el año que viene, los que os podáis acercar, no dejéis de hacerlo porque aquello te transporta a otro mundo dónde el reloj no importa una mierda.






Escuchando: "Me gusta tu" Manu Chao, Próxima estación esperanza.